9 feb 2009

Geometrías

Por Carlos A. Ricciardelli
El hombre agachó la cabeza y miró, reclinándose a su izquierda por el rabillo del ojo, el cuerpo desnudo y desarticulado de Raquel. -Parece un pedazo de carne que está comenzando a largar olor-pensó y sintió verguenza de sí mismo.
Bajó las escaleras del viejo edificio del Once y, al llegar a la calle, tragó una bocanada caliente de aire.-Maldito diciembre- exclamó entre dientes. Cruzó la avenida con la molesta sensación de pegotearse los zapatos con el asfalto y se metió en un bar.
Buscó una mesa alejada del mostrador que le permitiese observar la entrada del edificio. Pidió un café doble que fue tomando de a ratos, sin azúcar, para conservar el gusto amargo en la boca.
Lo vio entrar, impecable como lo imaginaba, traje gris, cabello con gel y teléfono celular, y lo vio salir, desesperado, agitado, corriendo, pidiendo auxilio, olvidando su juguete portátil.
Entonces sonrió triste, duro. Pagó la cuenta y salió, quiso respirar hondo, profundo, hinchar los pulmones y lo interrumpió un fuerte ataque de tos.
-Maldito diciembre- murmuró llevándose el pañuelo a la boca.

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